Este es un artículo original de Maximiliano Poter y Joaquín Vismara publicado en Rolling Stone Argentina (hoy desparecido) que recuperé del olvido ya que lo tenía en un archivo .HTML dentro de la carpeta «Audio» que estuve desempolvando estos días. En esta carpeta hay verdaderas joyas que he ido guardando desde las épocas en que solíamos guardar páginas webs. Lo comparto porque al día de hoy el exceso de volumen en la música sigue siendo bastante desmesurado y es algo que ha ido en contra de la calidad original de las obras.
Hace años que somos víctimas de una guerra que no vemos, pero que si prestamos atención podemos escuchar cada vez que damos play al iPod o al equipo de audio. Desde principios de la década de 1990, se viene desarrollando en la industria discográfica la llamada «loudness war» (guerra del volumen), una tendencia que consiste en aumentar el volumen con el que se realizan las grabaciones. Así, cada disco que se lanza al mercado suena más potente y estridente que el anterior, en el marco de una carrera armamentista sonora. Pero, ¿más fuerte significa más calidad de sonido y mejor experiencia auditiva?
La mala fidelidad del audio de gran parte de las producciones actuales puede tener su parte responsable en los métodos «caseros» de grabación digital, con herramientas y equipos que no son profesionales por más que entreguen un producto aceptable. Pero las razones esenciales parecen atadas a lo cambios en los hábitos de consumo musical: hoy, las mezclas y masterizaciones de los discos se hacen pensando en que las canciones ya no se disfrutan en equipos de alta fidelidad, sino en autos, reproductores de MP3, celulares y computadoras, y en ámbitos de ruido externos, como la calle o el transporte público. El objetivo en el estudio, entonces, pasó de querer hacerse sentir, a tener que hacerse escuchar.
Aumentar la presión del volumen significa reducir el rango dinámico de las grabaciones (la diferencia o distancia entre las frecuencias altas y bajas de un sonido), lo cual elimina todos los matices del audio, aquello que deja distinguir entre lo «suave» y lo «brusco». «Está comprobado que la música más fuerte no implica más ventas y que la hipercompresión conduce a la fatiga auditiva, que aleja al oyente de disfrutar la música», explica Eduardo Bergallo, ingeniero de grabación, mezcla y mastering con más de 1.200 discos en su currículum.
La «guerra del volumen» a la vista
Si bien la «loudness war» lleva décadas en la industria, su relevancia se dio con la salida del álbum Death Magnetic, de Metallica. Tras comparar los audios tanto del CD como de las canciones incluidas en la versión del juego Guitar Hero, un grupo de fans descubrió que algunos picos de saturación del disco no estaban disponibles en el videojuego, ya que tenían una mezcla con mucha menos compresión. La banda se llamó a silencio y, si bien sus seguidores juntaron más de 20.000 firmas para solicitar que el álbum fuese remezclado, el pedido no prosperó. En la vereda opuesta, Guns N’ Roses publicó su esperado disco Chinese Democracy con una mezcla que privilegia el rango dinámico. Su aparición sirvió para dar a conocer mundialmente a Turn Me Up, una organización norteamericana que propone el 25 de marzo como el «Día del rango dinámico» para terminar con esta competencia para sordos.
Sebastián Rubin, líder de Rubin y los Subtitulados e integrante de Alvy, Nacho y Rubin, masterizó su último álbum bajo los criterios de Turn Me Up. «Sabíamos que no queríamos excitar tanto el volumen del disco. No fue sino hasta el mastering donde, con Eduardo, charlamos respecto de la compresión y volúmenes finales. Él me decía que era mejor sonar un poco más bajo y que fuera la gente quien subiera el volumen, así el resultado sería mucho más satisfactorio en todo sentido», explica.
Si bien, a diferencia de Bergallo, Rubín sostiene que pueden hacerse discos con buen nivel de audio en estudios hogareños, ambos están de acuerdo en otro factor. «La baja de calidad tiene origen técnico (sistemas de grabación baratos, grabaciones y mezclas realizadas por inexpertos) y artístico (los músicos no se dedican tanto a su instrumento y a su proyecto como 20 o 30 años atrás). Por eso, las bandas que más tocan, suenan mejor», afirma el técnico.
Sonido comercial
No sólo hay factores tecnológicos y de educación musical para explicar la saturación del sonido actual: quizás a estos haya que anteponerles las razones comerciales.
En América del Norte y Europa, donde se produce la mayor parte de la música popular, el canal por excelencia de distribución de canciones es el digital. La gente compra la música vía web o desde su celular en tiendas y servicios como Amazon, Spotify, Ovi Music y, en especial, iTunes, que concentra el 70% de las ventas de música digital en Estados Unidos y es el retail número uno de ese mercado, superando incluso a cadenas físicas como Walmart. Según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, por sus siglas en inglés), el valor del segmento digital aumentó 1.000% en los últimos seis años. Hoy hay más de 400 servicios de música en ceros y unos en el mundo y el 29% de los ingresos de los sellos discográficos proviene del canal virtual.
Pero así como el CD fue el soporte comercial para la música «física» de antaño, el presente negocio digital parece estandarizado en la distribución de archivos MP3 (un método de compresión de audio con «pérdida» del sonido original) a una tasa de bits promedio de 192Kbps, lo cual crea archivos de una calidad auditiva similar a la del disco compacto (aunque lejos de ser óptima).
Aumentar la fidelidad del audio de las canciones implica usar formatos sin compresión como, por ejemplo, el WAV o FLAC, que crean mejores archivos pero también de mayor tamaño, lo cual altera toda una ecuación comercial: a más «peso», más almacenamiento, más redes, más ancho de banda y más tiempo requeriría vender música. En pocas palabras: cambiar la calidad del audio es cambiar un negocio; por lo tanto, ¿no hay una relación entre el costo, lo técnico y lo comercial para que la música hoy suene como suena?
«Para las discográficas, la economía está delante de la pasión por hacer música. Hace mucho que se transformaron en empresas muy grandes que van a lo seguro», dispara Bergallo, que agrega: «No se sale del MP3 porque los estándares son difíciles de cambiar. Ese formato se instaló cuando el download era lento y la capacidad limitada, pero hoy podés bajar a mucha velocidad. En cinco años, no vamos a estar hablando del MP3 como lo conocemos ahora. Hay mucha música que no soporta ser escuchada así, pero como eso no pasa con la mayoría del pop y el rock entonces parece que no vale la pena cambiar».
Varios medios especializados revelaron hace días que Apple, eMusic y Amazon, entre otras tiendas online, estarían en conversaciones con los sellos para aumentar la calidad del sonido de los archivos que venden. La idea sería que estos retailers puedan comercializar canciones en 24 bits, que es la frecuencia de muestreo con que se graba la música originalmente, y que luego se degrada a 16 bits para copiarlas en un CD o venderlas en la web.
Por supuesto, el cambio tiene sus consecuencias. Por un lado, gran parte de las computadoras y players que hay en el mercado mundial hoy no es capaz reproducir audio en 24 bits, con lo cual hace falta una renovación tecnológica. Por el otro, el formato crea archivos de mayor tamaño, lo que complica la transferencia online, especialmente para aquellos servicios basados en streaming. Además: ¿quién se va a hacer cargo de los costos? ¿Los usuarios estarían dispuestos a pagar más por archivos high-fidelity? «No creo que la calidad del audio sea el principal desafío de la música hoy. Lo que más buscan los melómanos es acceder más fácilmente a la música», dijo a CNN Shawn Lyden, jefe operativo de Sony Network, empresa que acaba de lanzar en Estados Unidos el servicio pago de streaming Music Unlimited.
¿Es esto realmente así? ¿Un pibe que oye su iPod en el subte prefiere la comodidad sobre la calidad? ¿O acaso este no es otro síntoma de una cultura que nos ha adoctrinando el oído a la forma de un negocio? Quizás también haya que subir el volumen de estos cuestionamientos para empezar a escuchar música mejor.
Hola, yo preguntaría: ¿dónde y en qué condiciones se va a escuchar la música?
Porque, en general, sólo se aprecia una muy buena calidad de grabación cuando se le presta la debida atención y además el entorno lo permite.
Porque la mayor parte de la música (es mi estimación, obviamente subjetiva) se escucha «de fondo». Cuando se está trabajando, o estudiando, o leyendo, mientras se conversa en una reunión o en familia, en el auto (donde generalmente hay ruido externo), al caminar por la calle o en transporte público.
Y aquí el volumen tiene su incidencia. Un tema musical con momentos muy suaves y ataques con fuerza no se aprecian en los ambientes que mencioné (no siempre, pero sí en general).
Ahora bien, ¿por qué las discográficas no editan en dos calidades, a distinto precio? No creo que esto les insuma costos exorbitantes, y en todo caso, si no rinde económicamente, se vuelve atrás.
Sería como comprar un libro editado en rústica o con «tapa dura».
O como las películas, que se ven en distintos formatos (720p, 1080p, 4k, etc.).
Saludos.
Excelente nota! Y gran idea la de Oscar. En lo personal yo pagaría por calidad.
Siempre que descargué lo hice en FLAC o 320Kbps en su defecto si no la encontraba.
Buenos días.
Estoy de acuerdo en que la música en streaming se ofreciera en dos modalidades: comprimida y con full rango dinámico, así mismo los CD. Tuve que pasarme al formato vinilo para poder hacer copias digitales con el mejor rango dinámico posible para pareciar los detalles y de paso proteger mis oídos pero el precio de ese formato está ahora por las nubes.