Hoy, con Spotify, YouTube y demás servicios de streaming, acceder a millones de canciones es, literalmente, instantáneo. Sin embargo, hace 25 años, conseguir música era un verdadero desafío, tanto por lo que costaba económicamente como por el esfuerzo que implicaba si la queríamos buscar de maneras no tan oficiales (o al menos cómo la industria lo quería). Teníamos varios inconvenientes, primero que nada que la tecnología no jugaba a nuestro favor, pero eso no impedía que buscáramos formas de construir nuestras propias bibliotecas musicales. Esta es la historia de una de esas noches épicas que solo pueden entender los que vivieron esa época.

Mi amigo Pato Fernández, mejor conocido como DJ Pato, lleva pasando música desde que tengo memoria. Comenzó con casetes y luego empezó a trabajar para un DJ que alquilaba sonido y luces a bares, con el servicio de DJ incluído. Este señor tenía su «cajón de música» (una caja, literal) que constaba de una colección de CDs originales que era su tesoro más preciado. Recordemos que en aquellos años, grabar CDs no era una opción sencilla. Las grabadoras de CD eran costosas, los discos vírgenes tampoco eran baratos, y la posibilidad de conseguir música en internet estaba limitada a conexiones dial-up de 56 Kbps, con velocidades reales de descarga de apenas 3 o 4 kilobytes por segundo. Napster apenas comenzaba a asomar la cabeza en esa hermosa escena.

Pato pasaba música en un bar y yo le daba una mano con las luces. Todo con los equipos de este señor, quien cada noche iba a buscar el cajón de CD’s para llevárselo a su casa. Parece increíble, pero eso parecía normal por entonces, ya que solamente en música tendría quizás el valor de un auto. Pero una noche vino más temprano y luego de unos cuantos tragos, no aguantó se fue a su casa y dejó el cajón de música en el bar. Con Pato decidimos llevarlo a mi casa para mantenerlo a resguardo, y ahí fue cuando vi una oportunidad única: aprovechar y digitalizar esa colección de CDs. No podía dejarla pasar, ya que esta persona jamás nos prestaba los discos para grabarlos. En aquella época, los DJs eran bastante recelosos con sus bibliotecas, y se entendía. La música era cara y difícil de conseguir, así que protegerla era casi un acto de supervivencia profesional.

Año 2000. Las grabadoras de CD eran así y tardaban media hora o más en grabar un CD.

Empecé la misión cerca de las tres de la madrugada, usando un software llamado Easy CD-DA Extractor para comprimir los CDs a MP3. Todo iba lento, muy lento. La computadora comprimía los discos a velocidad 2X, lo que significaba que cada uno tardaba entre 30 y 40 minutos en procesarse. Era imposible estar despierto todo ese tiempo, así que configuré una alarma fuerte para que el software me avisara cuando terminaba cada disco. Dormía siestas de aproximadamente media hora, despertándome solo para cambiar CDs. Era un trabajo artesanal, en el que incluso tenía que ingresar los nombres de los temas a mano en muchos casos, aunque descubrí un servicio – luego me enteré que se llamaba CDDB, de Compact Disc Database – que identificaba algunos discos y descargaba la información automáticamente. Para alguien acostumbrado a las limitaciones de esa época, eso era casi ciencia ficción.

La madrugada avanzaba, y todo iba bien hasta que surgió un problema inesperado: el espacio en el disco rígido se estaba agotando. En esos años, los discos duros eran pequeños y comprimir tantos CDs en MP3 era demasiado para mi PC. Sin otra opción, tuve que grabar un par de CDscon la música comprimida para liberar espacio y poder seguir. Fue un momento de tensión, pero también de emoción, porque sabía que estaba armando una hermosa colección de música.

La de millones que habrá hecho la industria musical por ese entonces.

Obviamente elegimos los mejores discos – al menos desde nuestra perspectiva – y a eso de las 5 de la tarde del otro día terminé de comprimir y le dije al Paco, el dueño, que pase por casa a buscar su cajón. Mi biblioteca musical había crecido de una manera impresionante. Muchos de esos discos contenían música que no se conseguía fácilmente, y la posibilidad de acceder a ellos sin gastar una fortuna era casi un milagro. Un CD original costaba entre 30 y 50 dólares, una cifra considerable, y si querías que alguien te descargara o grabara música, también tenías que pagar caro.

Esa noche fue una hazaña tecnológica, de esas que hoy suenan irreales. Pero así era conseguir música en esos tiempos: una mezcla de estrategia, paciencia y hasta suerte. Para quienes vivimos esa época, cada canción era una pequeña victoria, una conquista en un mundo donde la música tenía un valor que iba mucho más allá del dinero y que hoy, obviamente, casi nadie entiende.

1 COMENTARIO

  1. Edgar

    Efectivamente era toda una odisea conseguir música en esos tiempos. Recuerdo que yo descargue un disco entero de The Cure y otro The cranberries por Napster con un módem de 56kbps tarde cerca de 2 meses y me sentía el pirata más grande del mundo.
    Mi hermano creó una increíble colección de música por medio de discos que le eran prestados o el mismo compraba para pasar a MP3 y llegó a acumular la impresionante cantidad de unas 40gb en MP3 que tenía en 3 discos duros distintos.

    Cómo bien lo mencionas nadie que sea menor a 30 años entenderá la gran azaña que era crear una colección así

Dejá una respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí