Desde aquellos días donde oíamos CDs de música cuya etiqueta rezaba prohibida su copia, préstamo y reproducción sin autorización (porque obviamente era ilegal prestarle Nevermind a un amigo sin preguntarle primero a Kurt) hasta la actualidad, donde somos pocos los bichos raros que seguimos coleccionando compacts. Y si: El streaming volvió todo mucho más simple y fácil a la hora de escuchar toneladas de música sin necesidad de comprarla, permitiéndonos descubrir cosas nuevas (o empacharnos con lo mismo de siempre), aunque entramos en la trampa de pagar constantemente una suscripción para poder abrir esa canilla libre de canciones y podcasts.

Mi equipo de música Philips de diciembre del 2000, el cual sigo usando al día de hoy y suena mejor que varias barras de sonido «premium» del mercado.

¿Qué pasa con esto? Cada mes que abonamos el acceso a estos catálogos de música, películas, libros y muchos otros nuevos servicios que antes eran objetos tangibles, estamos trazando a nuestro alrededor un “cerco de la comodidad”, volviéndonos presas de estos esquemas y aceptando sus aumentos sin cuestionárnoslo porque son prácticos y fáciles de usar, a la vez que cambia nuestros hábitos de consumo: desde ver una serie de un tirón para no quedarnos afuera hasta convertir el escuchar música en una “actividad de fondo” (con nuestra atención apuntada a otra cosa), aniquilando así el rito de sentarse a disfrutar ese disco que, además, percibíamos con tantos sentidos a la vez al manipularlo.

Sería un hipócrita si negase la genialidad que es ver una película, serie o anime en Prime Video, con la rapidez y calidad que llega a mi pantalla. Es algo con lo que hubiese soñado de adolescente, cuando me tenía que conformar con enganchar en TV un episodio mega repetido de Dragon Ball Z o alquilar ese casette que quedó en el videoclub (porque el que fui a buscar se lo llevaron más temprano). No voy a vanagloriar ese pasado como algo idílico, pero sin lugar a dudas puedo afirmar que este presente me frustra. Si bien es evidente que con lo que pago una suscripción de YouTube Music jamás compraría esa megabiblioteca que me ofrece, tampoco me alcanzaría toda la vida para escucharla en su totalidad (sumado a que hay cosas que están pero no me gustan y otras que me gustan pero no están, condenándolas a “no existir”, como pasa con aquello que no está en Netflix). Y ahí está un poco la trampa: estoy alquilando algo que jamás compraría en su totalidad, pero también estoy pagando algo que jamás me pertenecerá. Nunca seré dueño.

Agarrando lo que quedaba en el videoclub del barrio, mucho antes de los Blockbuster. Imagen: lasretroaventuras

En el caso del PC Gaming, Steam plantó bandera a la hora de cambiar la forma de consumir videojuegos: Aniquiló sin piedad al PC-DVD, permitiéndonos prescindir de unidades ópticas y olvidar el miedo a los discos rayados. Con esta plataforma teniendo ya más de 20 añitos, la gente pudo preservar sus bibliotecas y jugar hoy en su PC actual a títulos que fueron comprados dos décadas atrás (sobreviviendo a cambios monstruosos de placas, procesadores y sistemas operativos, dándonos una retrocompatibilidad tremenda e incluso updates gratuitos en muchos casos). Aunque, cuando leemos los EULA o CLUF (Contratos de Licencia de Usuario Final Jamás Leídos), nos recuerdan que no somos dueños de nada, y que somos rehenes de que la posibilidad de descargar un juego dure lo que dura disponible para descargar, a veces por temas de derechos y otras por caprichos (como el de Rockstar eliminando las versiones de la trilogía de GTA sin remasterizar), cortándonos así el chorro. Pero no me malinterpreten: Steam como plataforma me parece la opción definitiva, y no tengo más que halagos para Gabe Newell. Cambiaron el gaming para mejor, haciendo que esto que antes creíamos ciencia ficción se haya afianzado como la nueva norma.

Los bugs de la «edición definitiva» de GTA, fueron sin dudas el hazmerreír de internet.

Diferente es en las consolas, donde la muerte del formato físico nos deja peor parados a los consumidores: Los cierres de las stores de Nintendo (3DS , Wii y WiiU), nos obligan a caer en el barro de la reventa especuladora (con títulos que encarecen salvajemente al no conseguirse) o en la piratería (la cual encima castigan). Y todo esto es la punta de un iceberg que nos plantea lo siguiente: ¿Quién nos asegura que podremos volver a descargar en un tiempo ese título que ya pagamos si cierran los servers, del mismo modo que cerraron las tiendas? Y es parte de esos CLUF, que básicamente dicen «ahora te lo vendo, mañana vemos si lo tenés disponible», cosa que no pasaría jamás teniendo un cartucho o un CD en la repisa. Esto no hace sino más que imposibilitar más el preservar el software y obligarnos a pasar por caja nuevamente para adquirirlo en un nuevo sistema.

Sony amagó a seguir estos pasos cerrando los servidores de PS3, PSP y PSVita, pero vio la que se le venía y no quiso arriesgarse, ya que lo mejor era cerrarla más adelante: de hacerlo ahora, hubiese espantado a los potenciales compradores de las nuevas PS5 sin unidad de disco, reforzando la amenaza del «hoy si, mañana no sé».

Sin dudas celebro que Microsoft ofrezca un servicio como el Gamepass o el Cloud Gaming, pero no dejan de parecerme buenos como alternativas. Es decir, que los usuarios puedan elegir entre darse de alta en una suscripción o comprarse el juego físico… Claro, siempre que el juego venga en la caja. No sea que te pase como a los nintenderos con el chasco que se comieron: títulos de Switch cuyas cajas traían la amarga sorpresa de no incluir el cartucho, sino un código impreso para descargar el juego de la store. Final Fantasy X-2 y Olli Olli, cayeron en este «falso formato físico», obligando aparte a los usuarios a contar con espacio extra para amacenar el juego en sus microSD. Porque otra cosa que debemos considerar es que el costo extra siempre lo absorbe el usuario.

Muy en chiquito, al menos la caja del Olli Olli advierte que no incluye el cartucho.

Similar a esto, hay casos en que los discos están siendo solamente la llave para descargar la copia del juego alojada en un servidor. Pero ¿Qué pasa si meto el Blu Ray del Call of Duty Modern Warfare II en mi PS5 dentro de 15 años? Nadie me garantiza que vaya a poder jugar, ya que el disco solo trae 70MB y el resto se descarga. No sé de dónde voy a sacar los 37GB que me faltan. A diferencia de esto, hoy puedo meter un cartucho en mi Sega Genesis, prenderlo y jugar, aunque hayan pasado 30 años.

Todo esto va de la mano con la tendencia de querer vendernos a cada rato versiones potenciada de los productos, tal como las consolas o celulares «pro» que salen a mitad de generación, o los remaster de los juegos que salen apenas 3 años después de sus estrenos originales, sin cambios significativos. Aunque esto no es tan mal visto, ya que los consumidores toleramos un poco más recomprar versiones de algo que ya tenemos si nos prometen alguna mejora.

Esto no es solo un juego

¿Se acuerdan de las quejas de los electrónicos que duraban poco que derivó en la leyenda urbana del Sony Timer? Bueno, la realidad la superó.

Llegamos al día en que para usar el coche, además de cargar nafta y pagar la patente, también hay que gatillar suscripciones: BMW pisó el acelerador y cobró a los propietarios de sus autos una suscripción de 18 dólares mensuales para poder usar la calefacción de los asientos (función que ya venía en el auto de fábrica). Y no hablamos de autos de alquiler, sino de autos comprados, con título de propiedad. Tras las numerosas quejas, tuvieron que dar marcha atrás y eliminar este pago (se justificaron en que estaban experimentando con microtransacciones). Como si esto fuera poco, ya habían estado en el ojo de la crítica por cobrar la opción de usar el Carplay (que en otros autos es gratuito), por unos módicos 300 USD anuales. Aunque como son comprensivos luego lo bajaron a tan solo 80. Mercedes se sumó a la moda de cobrar por algo que ya trae tu auto: una suscripción para poder usar su eje trasero direccionable y Kia metió un sistema de streaming. Por suerte acá eso no llegó, dejándonos algún vueltito para comprar unos pañuelos a la bajada de la autopista.

Los asientos de BMW que no se entibiarán si no pagamos.

No puedo negar que en el fondo esto me asusta un poco, porque cada vez más productos dejan de lado la conectividad gratuita, como los celulares sin radio FM, y al mismo tiempo más electrodomésticos (que no lo necesitaban en absoluto) son WiFi y Smart. Heladeras, lavarropas, lavavajillas, termotanques y muchos otros que antes hubiesen sido impensados, podrían incluir sistemas que los vuelvan obsoletos si no pagamos por sus funciones extra. ¿Esta codicia extrema por parte de las empresas nos hará tener heladeras que no nos permitan activar hacer cubitos o un lavarropas que no centrifugue si no pagamos la cuota mensual? ¿O parlantes Dolby que no podamos usar ya que su driver específico se vende en la windows store? Ah… Esto último ya pasa.

La primera aparición de Desmond en Lost, nos demuestra que precisamente lo que sobrevivió tantos años fue todo lo analógico.

Por mi parte, creo que voy a terminar como en alguna de esas pelis post-apocalípticas, donde el sobreviviente termina usando toda tecnología que aguantó el paso del tiempo precisamente por ser sencilla y no necesitar de nada adicional: Jugando algún jueguito grabado en diskettes de 5 1/4″ mientras suena uno de mis casettes en el equipo de música, alumbrado por una lamparita que no requiera WiFi para poder ser encendida desde la app de Philips. ¡Ah, y si encuentro una videocasetera, viendo El Maraja de San Telmo!

4 COMENTARIOS

  1. No hay momento mas alto para cerrar este gran post como el de Desmond yendo a poner un disco justo antes que se vaya todo a la chota….

  2. Shengdi

    Hay muchas, muchas, demasiadas cosas que las vuelven inútilmente «Smart» como los bombillos, las neveras, las lavadoras, ¡hasta ollas!

    ¿Por qué querría yo sacar un celular, abrir un a aplicación y seleccionar un tiempo de cocción de un electrodoméstico al que, igual, tengo que acceder físicamente para poder meter los ingredientes; en lugar de simplemente hacerlo desde la botonera? nadie lo sabe. La gente de Marketing a veces se pasa de estúpida.

    Lo de las suscripciones… Para música, series, y videojuegos creo que es aceptable, siempre y cuando sea una alternativa. Muchas veces queremos jugar algo pequeño, o desconocido, digamos, pero no queremos arriesgar nuestro dinero. Ahí está la gracia de la suscripción: si juegas algo que no te gusta, pues no «perdiste» el dinero comprándolo, y puedes fácilmente pasar a otra cosa.

    Aplica también pa’ la música y el streaming de video: quieres escuchar el último álbum de Shakira, y resulta que ahora es puro reggaeton y no te gusta el reggaeton, pues en lugar de comprar un disco y tenerlo en la estantería sin escucharlo nunca y con la frustración por haber comprado algo que no te terminó gustando, pues simplemente, pasas a otra cosa y escuchas «Pies Descalzos», o yo qué sé.

    Eso de los calefactores o «capar» características de X cosa solo pa’ «descaparlo» bajo un pago sí me parece lo peor, por eso no pago YouTube Premium, por ejemplo, y muchas otras apps que antes eran totalmente gratis han pasado a tener funciones básicas que antes eran gratuitas a desbloquearse bajo una modalidad de suscripción.

  3. Julian

    Buena reflexion, conicido aunque hay algo importante que dejas de lado, «nunca seras dueño» de nada, streaming o fisico es igual, nada es para siempre (ni nosotros) , antes no lo pensaba ahora lo se, podes tener una coleccion de vinilos o vhs.. una inundacion te destruye todo…. es igual…

    El streaming con su suscripcion mensual te asegura siempre «guardarte» tus peliculas (o cualquier otra cosa) favorita, sin correr riesgos de ningún tipo…. al fin y al cabo , tengas la coleccion que tengas no va a durar para siempre, y el tiempo para disfrutar las cosas el limitado, saludos !

Dejá una respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí