Las plataformas virtuales que comenzaron orientadas al videojuego –como Roblox, Fortnite e incluso Minecraft– han evolucionado para convertirse en auténticas comunidades digitales. Millones de niños, adolescentes y jóvenes adultos ya no las perciben solo como entretenimiento, sino como espacios de formación identitaria e interacción social. Estas plataformas están superando incluso a redes sociales tradicionales como Instagram o Facebook en relevancia juvenil, al ofrecer entornos más inmersivos y participativos.

Junto con el equipo de jugabet, analizamos esta transición no sólo como un cambio de plataforma, sino también como un profundo cambio en la percepción de la socialización digital por parte de los jóvenes.

De entretenimiento a socialización: un cambio generacional

Durante más de una década, redes como Instagram, Facebook o Snapchat fueron los principales canales para que los jóvenes compartieran su vida, ideas y estética. Sin embargo, en la actualidad las nuevas generaciones (Generaciones Z y Alpha) están migrando hacia otros entornos: prefieren espacios dinámicos, inmersivos, interactivos y participativos, que combinan el juego con el vínculo social en tiempo real. Esta tendencia refleja un cambio generacional profundo en la forma de concebir la socialización en línea.

Las estadísticas respaldan este punto de inflexión. Un reciente estudio internacional mostró que Gen Z y Gen Alpha dedican ya más tiempo a los videojuegos que a las redes sociales tradicionales. De hecho, un 90% de la Generación Z y 94% de la Generación Alpha se identifican como “gamers”, indicando cuán generalizado se ha vuelto el gaming en esos grupos. En términos de uso del tiempo, Gen Z destina aproximadamente una cuarta parte de su tiempo libre a los videojuegos, frente a solo un 18% a las redes sociales, siendo la primera generación registrada que invierte más tiempo jugando que haciendo scroll en redes. Un informe de 2024 de MIDiA Research señalaba ya esta migración: por ejemplo, cerca del 35% de los jóvenes de 16 a 19 años utilizaban Roblox de forma recurrente, y los usuarios diarios en esta plataforma crecieron más de un 20% durante 2023. A su vez, casi la mitad de los adolescentes y adultos jóvenes de 13 a 24 años en EE.UU. jugaban a Roblox en 2024, una cifra que contrasta con apenas el 12% en 2020. Estos datos ilustran cómo el ocio digital juvenil ha pasado de ser pasivo a interactivo y creativo. Para los jóvenes, ya no se trata de consumir contenido de forma unidireccional, sino de participar activamente en experiencias compartidas. En suma, para gran parte de esta generación el videojuego se ha convertido en un punto de encuentro social, no muy distinto a lo que fueron las plazas o centros comerciales para generaciones previas.

Instagram en caída: la fatiga del feed perfecto

A pesar de estos cambios, Instagram y otras redes sociales visuales siguen teniendo presencia. Estadísticas recientes indican que, en 2025, aproximadamente el 65% de los jóvenes de Gen Z en Estados Unidos seguían usando Instagram regularmente. Esta plataforma continúa siendo popular para ciertos usos (por ejemplo, comunicación visual, actualidad de contactos cercanos), de modo que el cambio generacional no implica un abandono absoluto. Sin embargo, comienzan a evidenciarse signos de fatiga en la experiencia de Instagram y plataformas similares. La presión por proyectar una imagen impecable –el feed curado y estéticamente perfecto–, la tiranía implícita de los «likes» y la comparación constante con otros están generando agotamiento psicológico en muchos usuarios jóvenes.

Una encuesta de Sprout Social a finales de 2024 reflejó esta saturación: aunque un 56% de Gen Z planeaba consumir incluso más contenido de marcas en 2025, muchos de ellos reconocían sentirse “burnout” o saturados de las plataformas convencionales. En otras palabras, a pesar de que los jóvenes siguen enganchados al contenido digital, son conscientes de los efectos negativos de las redes sociales tradicionales y están buscando interacciones más auténticas y espontáneas. De hecho, las mismas encuestas mostraron que un 57% de usuarios Gen Z habían tomado “detox” temporales de redes en 2023, y más de 6 de cada 10 planeaban hacerlo en 2024. Todo esto apunta a una insatisfacción latente con la superficialidad algorítmica del feed.

En contraste, los entornos virtuales basados en juegos ofrecen una sensación de libertad, creatividad y autenticidad difícil de conseguir en Instagram. En estas plataformas lúdicas no es necesario lucir una apariencia ideal ni ceñirse a estándares estéticos imposibles. Un joven puede presentarse mediante un avatar que quizás sea un dragón, un robot o un héroe futurista, expresando así facetas de su personalidad sin la supervisión constante de un algoritmo que decide qué mostrar o sin miedo al juicio inmediato de un me gusta. Esa ausencia de filtro estético y social directo alivia en gran medida la presión por “encajar” que se siente en redes tradicionales. En pocas palabras, mientras Instagram y similares fomentan la exposición cuidada de la imagen personal, las plataformas de juego permiten la expresión más lúdica y desenfadada de la identidad.

Roblox y Fortnite: ecosistemas sociales interactivos

Roblox. Esta plataforma lanzada en 2006 se ha convertido hacia 2025 en el epicentro del fenómeno de socialización lúdica. Roblox cuenta con unos 85,3 millones de usuarios activos diarios en el mundo, y notablemente más de la mitad de los niños y niñas estadounidenses menores de 16 años usan Roblox habitualmente. La propuesta de Roblox va mucho más allá de un juego singular: es un metaverso de experiencias creadas por los propios usuarios. Los jóvenes (y también muchos adultos) pueden crear y jugar millones de “experiencias” o juegos de géneros muy variados, participar en eventos, e incluso asistir a conciertos virtuales de sus artistas favoritos dentro de la plataforma. La interacción social está integrada mediante chat de texto y voz; de hecho Roblox habilitó chat de voz para usuarios mayores de 13 años que verifican su edad. Recientemente, la compañía introdujo una funcionalidad innovadora llamada “Trusted Connections” que permite a los usuarios establecer conexiones verificadas con amigos reales para comunicarse sin filtros automáticos. Esto significa que dos adolescentes (ambos mayores de 13, o uno mayor de 18 y otro adolescente, con prueba de que se conocen fuera de la plataforma) pueden chatear libremente sin la censura típica de Roblox – que normalmente bloquea lenguaje inapropiado o datos personales – logrando así conversaciones más naturales entre amigos de confianza. Paralelamente, Roblox ha ido añadiendo herramientas de bienestar: por ejemplo, ofrece un modo “No Molestar” para silenciar notificaciones en horarios de estudio o descanso, y ha incorporado la posibilidad de que los propios adolescentes configuren límites de tiempo de juego diarios (una función antes reservada solo a padres). Todos estos esfuerzos buscan equilibrar la intensa participación con cierta autorregulación.

Roblox ya es una leyenda.

Vale la pena destacar el impresionante nivel de engagement que consigue Roblox: una sesión típica de juego en Roblox dura en promedio 11 minutos, reteniendo la atención del usuario muchísimo más que una publicación promedio en redes sociales, que apenas genera unos segundos de interés. Esta inmersión prolongada crea condiciones ideales para la socialización: los jóvenes pasan tiempo de calidad juntos en línea, conversando o cooperando mientras juegan, en lugar de solo deslizar por fotos. Incluso se dan hitos de concurrencia masiva dignos de récord: en junio de 2025, una experiencia dentro de Roblox llamada Grow a Garden alcanzó más de 16 millones de usuarios conectados simultáneamente, superando el récord histórico de jugadores concurrentes incluso de Fortnite. Este tipo de logros refleja cómo Roblox se ha consolidado como espacio social de encuentro multitudinario. En suma, Roblox funciona como un ecosistema social donde los jóvenes co-crean contenido, exploran identidades mediante sus avatares y forman comunidad de un modo activo.

Fortnite. Por su parte, Fortnite –especialmente en su popular modo Battle Royale– ha dejado de ser solo un videojuego de disparos para transformarse en otro espacio social virtual de enorme alcance. Lanzado en 2017, Fortnite rápidamente devino en un fenómeno cultural con cientos de millones de jugadores registrados. Aunque a simple vista es un juego competitivo, Epic Games (la empresa detrás de Fortnite) lo ha expandido en dirección social: Fortnite hoy es un universo donde los jóvenes no solo compiten, sino socializan, asisten a eventos y expresan estatus a través de elementos cosméticos. La isla de Fortnite funciona como un punto de encuentro virtual; existe incluso un modo Party Royale sin violencia donde los usuarios simplemente pasan el rato, acuden a proyecciones o conciertos virtuales y charlan. De hecho, Fortnite ha organizado famosos conciertos y eventos en vivo dentro del juego – desde el concierto masivo del DJ Marshmello en 2019 con más de 10 millones de asistentes virtuales, hasta espectáculos de Travis Scott o colaboraciones con artistas de renombre mundial. Estos eventos han consolidado a Fortnite como una plataforma de entretenimiento social, donde los usuarios comparten experiencias culturales juntas en tiempo real. Por supuesto, Fortnite no está exento de críticas. Ha habido preocupación por el tiempo de pantalla excesivo que pueden acumular algunos jugadores obsesionados con ganar partidas o conseguir el siguiente skin, así como alertas sobre posibles riesgos emocionales (ansiedad ante la competición, frustración, etc.).

Fortnite es un juegocada día más popular.

Sin embargo, muchos educadores y padres reconocen también que Fortnite permite cierto tipo de interacción social significativa: jugar en escuadrón requiere cooperación, comunicación constante por voz, estrategia compartida, y eso puede fortalecer lazos de amistad. Además, el universo Fortnite incluye todo un ecosistema de cosmética digital y estatus – los skins (trajes de personaje), gestos de baile, accesorios – que si bien son parte de la monetización, también funcionan como forma de expresión personal dentro del grupo de amigos. En síntesis, Fortnite ilustra cómo un juego tradicional puede ampliarse hasta convertirse en un espacio social híbrido, donde el entretenimiento, la identidad digital y la comunidad se entrelazan.

Lenguaje digital: en los jóvenes es más acción que texto

En estos nuevos entornos virtuales, la comunicación ocurre menos mediante texto escrito y más a través de la acción y la expresividad integrada al juego. La “conversación” puede tomar la forma de gestos del avatar, bailes sincronizados, movimientos cooperativos o aventuras vividas en conjunto, más que de comentarios en un muro o chats largos. Esto implica que el vínculo social se construye mediante experiencias sensoriales y lúdicas compartidas, en lugar de la mera exposición estética o la aprobación de seguidores mediante un like. Podemos decir que está emergiendo una “nueva gramática digital”, más visceral e inmediata. La expresión en estos mundos es directa, espontánea y menos sujeta al juicio ajeno, porque se da en el calor del momento interactivo. Por ejemplo, dos amigos pueden entenderse y apoyarse implícitamente al completar juntos una misión en Roblox o Fortnite, sin necesidad de mediar palabra, a través de la coordinación en el juego. Los emotes (gestos o bailes predefinidos de los personajes) también cumplen una función comunicativa: permiten saludar, bromear, celebrar victorias o solidarizarse tras una derrota. Esta forma de lenguaje digital centrada en la acción tiene la virtud de ser más inclusiva emocionalmente – no importa la elocuencia verbal, sino la participación. Para una generación que crece acostumbrada a las pantallas táctiles y la inmediatez visual, expresarse mediante avatares y acciones resulta tan natural como lo fue escribir mensajes de texto para la generación anterior. Además, al reducir la dependencia en la palabra escrita (que en redes sociales suele venir cargada de subtexto social y filtro), esta comunicación es menos proclive a ser malinterpretada o a generar ansiedad social. Hay menos espacio para la comparación o la edición perfeccionista: uno “es” su avatar en movimiento y punto. En definitiva, el lenguaje digital juvenil está virando hacia formas más dinámicas, participativas y creativas, donde la acción compartida es el mensaje.

Socialización gamificada: relaciones con narrativa propia

Para quienes crecieron con una consola o tableta en sus manos, la gamificación no es un adorno, sino su modo natural de relacionarse. Las plataformas como Roblox y Fortnite integran de forma orgánica mecánicas de juego en la interacción social: hay recompensas por participar, misiones colectivas, logros que se pueden desbloquear y elementos de colaboración masiva. Esto significa que las relaciones entre los jóvenes en estos entornos a menudo se desarrollan como una partida continua, con su propia narrativa y evolución. Por ejemplo, un grupo de amigos puede reunirse cada día en línea para “pasar un nivel difícil” juntos; en el proceso, atraviesan desafíos, celebran victorias, afrontan derrotas y aprenden a coordinarse mejor. Estas vivencias compartidas fortalecen los lazos de una manera única: la adrenalina de lograr algo en equipo o la risa compartida por un fallo inesperado crean recuerdos emocionales duraderos. A diferencia de las interacciones en redes sociales tradicionales –que a veces se reducen a comentar pasivamente fotos o publicaciones–, aquí las relaciones se construyen “haciendo cosas juntos”, lo cual tiende a ser más significativo.

Cabe destacar que esta estructura de interacción continua con narrativa compartida refuerza el sentido de pertenencia. Si antes un grupo de amigos podía unirse alrededor de, digamos, un deporte o una banda musical, ahora puede unirse alrededor de un juego que les brinda un espacio propio con reglas, jerga y aventuras. Cada sesión de juego añade un capítulo a la “historia” de esa amistad o comunidad. Además, la gamificación de la vida social aporta motivación constante: hay siempre una misión próxima que cumplir o un evento especial en el horizonte que convoca a todos. Lejos de verse como algo frívolo, muchos jóvenes valoran estas dinámicas porque las emociones que experimentan (emociones de logro, de camaradería, de exploración) son muy reales. Un logro cooperativo en un videojuego puede hacerlos sentir tan orgullosos como un logro en el mundo físico, y con razón: requirió coordinación, dedicación y confianza mutua. En resumen, las relaciones forjadas en los espacios gamificados vienen con su propia narrativa épica, y eso las hace emocionantes, creativas y memorables para sus protagonistas.

Beneficios, riesgos y desafíos

Como todo fenómeno tecnológico, la migración hacia las plataformas de juego-socialización conlleva beneficios importantes pero también riesgos y desafíos que debemos comprender.

Beneficios potenciales. Entre los aspectos positivos, destaca la co-creación e innovación que fomentan estos entornos. En Roblox, por ejemplo, existen comunidades enteras de developers jóvenes (algunos preadolescentes) que aprenden a programar y diseñar juegos. Un estudio académico reciente observó que estos grupos de desarrolladores adolescentes se brindan mutuamente valiosos recursos técnicos, apoyo social e incluso orientación vocacional. Es decir, Roblox no solo entretiene, sino que se ha convertido en una plataforma educativa informal donde miles de jóvenes mejoran sus habilidades técnicas y sociales al colaborar en proyectos creativos. Otro beneficio claro es la exploración identitaria que permiten los avatares. Niños de tan solo 8 a 13 años diseñan personajes virtuales a su gusto, a veces similares a ellos mismos y otras veces totalmente distintos, para experimentar con alter egos, roles y estilos de pertenencia. Esta flexibilidad identitaria puede ser muy sana: el joven prueba “ser” de distintas maneras en un entorno seguro, lo cual puede ampliar su creatividad y autoestima. También se ha documentado un engagement más profundo y concentrado en comparación con las redes sociales clásicas. Como mencionamos, una sesión típica en Roblox retiene la atención unos 10-15 minutos, mucho más que los pocos segundos que alguien dedica a un post de Instagram. Esa inmersión prolongada puede favorecer incluso la capacidad de concentración y la paciencia (por ejemplo, esperar turnos, planificar estrategias), contrastando con la gratificación instantánea de los feeds. Además, la colaboración en equipo frente a desafíos estimula habilidades como la comunicación efectiva, el liderazgo compartido y la resolución colectiva de problemas. Muchos padres reportan que sus hijos han mejorado en competencias lingüísticas (por el chat en inglés u otros idiomas), en pensamiento estratégico y en trabajo en equipo gracias a estos juegos colaborativos.

Riesgos y precauciones. No obstante, junto a los beneficios emergen varios focos de riesgo que no podemos ignorar. En términos de salud mental, preocupa la posible adicción o uso excesivo. Casos documentados en Australia reflejan que aproximadamente un 3% de los niños podría cumplir criterios clínicos de trastorno por juego (Gaming Disorder), y alrededor de un 10% muestra un uso problemático del smartphone ligado a dependencia. Se han reportado niños que pasan hasta 14 horas diarias pegados a la pantalla, descuidando horas de sueño, estudio e incluso hábitos básicos como el aseo personal. Aunque estos son casos extremos, alertan sobre la necesidad de vigilar el equilibrio entre la vida online y offline. Otro riesgo latente es la exposición a contenido inapropiado o a interacciones peligrosas. En entornos virtuales abiertos, los niños pueden toparse con desconocidos malintencionados (el temido grooming), con lenguaje violento o sexual, o con estafas encubiertas en forma de trucos. Un informe de la organización CyberSafeKids reveló que un 65% de los niños de 8 a 12 años en Irlanda habían sido contactados por un desconocido en línea, lo cual es alarmante. Aunque Roblox y otras plataformas implementan filtros de chat y moderación, siempre existe la posibilidad de brechas. Las microtransacciones y cajas de botín (loot boxes) representan otro frente de riesgo: estos mecanismos de monetización, comunes tanto en Roblox como en Fortnite, pueden incentivar comportamientos de apuesta o gasto impulsivo en menores. La presión social por comprar skins o ítems de moda es real en las comunidades juveniles, y niños sin suficiente supervisión han llegado a gastar sumas importantes de dinero de sus padres en estas plataformas. Ha habido controversias legales al respecto: por ejemplo, Epic Games (dueña de Fortnite) fue demandada y multada por prácticas comerciales engañosas que llevaron a niños a compras no deseadas, teniendo que reembolsar más de 125 millones de dólares a consumidores afectados. Asimismo, despachos de abogados en EE.UU. han impulsado demandas colectivas contra empresas como Roblox y Fortnite por supuestamente explotar la adicción de los menores a través de microtransacciones diseñadas para engancharlos. Todos estos casos subrayan que la monetización invasiva y la seguridad en línea son retos muy presentes.

En resumen, las oportunidades creativas y sociales que brindan Roblox, Fortnite y similares vienen acompañadas de nuevos desafíos. Maximizar los beneficios –innovación, identidad, colaboración– requerirá atajar los riesgos de adicción, asegurar espacios apropiados para menores y establecer límites claros al afán lucrativo desmedido.

¿Qué implica esto para la cultura digital de los jóvenes?

El auge de estas plataformas lúdico-sociales refleja una transición profunda en la cultura digital juvenil. Se están reconfigurando valores y prácticas en comparación con la era de las redes sociales tradicionales:

  • Participación activa vs. consumo pasivo: Se está pasando del scroll infinito y el consumo más bien inconsciente de contenido, a una dinámica de co-creación activa. Los jóvenes ya no quieren ser meros espectadores de fotos y videos; prefieren ser protagonistas construyendo mundos, creando mods o participando en eventos virtuales. La experiencia digital deja de ser algo que “se mira” y pasa a ser algo que “se hace junto a otros”.
  • De influencers a gamers: La figura aspiracional evoluciona del influencer que exhibe su vida perfecta hacia el jugador-creador que comparte experiencias. Para muchos Gen Z, es más valioso haber vivido una aventura divertida con amigos en un juego que acumular “likes” en una selfie. El estatus social entre pares está ligado más a las destrezas en un juego, al ingenio creativo o a tener un avatar original, que a la cantidad de seguidores en Instagram. En pocas palabras, la moneda social se desplaza: de la imagen personal pulida a la experiencia compartida y el logro colectivo.
  • Gamificación de las relaciones: Como vimos, las amistades juveniles ahora incorporan elementos de juego. Esto significa que los lazos se refuerzan mediante dinámicas lúdicas, con sus propias reglas y narrativas. La diversión colaborativa actúa como nuevo pegamento social. Este enfoque lúdico también tiñe otros aspectos culturales: por ejemplo, las marcas tratan de interactuar con Gen Z en contextos gamificados (eventos en Roblox, filtros de juego en redes) porque entienden que así generan más conexión. La sociedad en general está adoptando más elementos de juego en educación, trabajo y comunicación para sintonizar con esta generación.
  • Identidad experimental: El uso de avatares y mundos virtuales facilita que los jóvenes tengan una identidad digital más plural y experimental. Pueden ensayar distintos roles, estéticas y comportamientos sin la presión inmediata del entorno social físico. Esto les permite explorar quiénes son o quiénes quieren ser con mayor libertad. En un concierto virtual pueden “vestir” a su avatar de cierta forma extravagante que tal vez no se animarían en la vida real, o pueden probar si les gusta liderar un equipo en una raid de juego aunque sean tímidos en clase. La identidad se vuelve así un proceso más dinámico y autodirigido, menos encasillado por expectativas externas.

Por supuesto, esta transformación cultural también trae desafíos a nivel ético, educativo y normativo. La sociedad debe reflexionar sobre cómo adaptar sus marcos (desde la crianza hasta las leyes) a un contexto donde la frontera entre “juego” y “vida social” se difumina. Los valores tradicionales de privacidad, esfuerzo, recompensa, etc., adquieren nuevos matices en estos universos virtuales. Así, junto con las oportunidades creativas y de empoderamiento juvenil, emergen preguntas: ¿Cómo proteger a los menores en entornos donde pasan tanto tiempo? ¿Cómo educar en un uso equilibrado y saludable de estos espacios? ¿Cómo asegurar que las empresas tecnológicas actúen con responsabilidad en este nuevo paradigma? La cultura digital en su conjunto está en proceso de redefinición, impulsada por esta generación que integra juego, identidad y comunidad digital como nunca antes.

¿Qué debería hacer la sociedad (familias, escuelas, empresas)?

Dado este panorama, familias, educadores, empresas tecnológicas y reguladores necesitan tomar un rol activo para maximizar lo positivo de estas plataformas y mitigar sus riesgos. Algunas recomendaciones claves emergen:

Padres y adultos responsables. Es fundamental pasar de la alarma a la acción informada. Los padres, madres y tutores deberían involucrarse proactivamente: dialogar con sus hijos sobre a qué juegan y con quién, dedicar tiempo a conocer las plataformas de primera mano, y entender tanto sus funciones sociales como sus mecanismos de monetización. Un estudio australiano reciente demostró la eficacia de este enfoque: tras implementar un programa de orientación a padres, en solo seis semanas el 60% de los niños que presentaban síntomas severos de adicción a juegos redujeron significativamente esos síntomas, y también hubo mejoras en un tercio de los casos de uso problemático de smartphones. Las estrategias incluían acuerdos claros de horarios y límites, introducir más actividades offline alternativas y mantener un canal de comunicación abierto sobre la vida digital del menor. Los resultados sugieren que, con educación y límites saludables, los jóvenes pueden seguir disfrutando de estas plataformas sin caer en excesos. Los padres no deben tener miedo a poner normas (por ejemplo, no jugar durante las comidas o antes de dormir, o gasto cero sin supervisión en estos juegos) pero sí deben acompañar esas normas con comprensión y guía en lugar de prohibiciones tajantes. También es útil fomentar que los hijos hablen de sus experiencias en Roblox/Fortnite como hablarían de su día en la escuela, normalizando así ese ámbito como parte de su vida de la que el adulto también participa.

Plataformas tecnológicas. Las empresas que gestionan estos mundos virtuales tienen una responsabilidad cada vez mayor. Deberían implementar funciones de seguridad y privacidad por defecto, no opcionales. Por ejemplo, Roblox en fechas recientes incorporó medidas como la ya mencionada Trusted Connections, el modo Do Not Disturb, límites de tiempo autoregulados, además de reforzar sus filtros y opciones de control parental. Son pasos en la dirección correcta, pero posiblemente insuficientes sin un enfoque más sistémico. Las plataformas deben invertir en mejorar la moderación de contenidos, combinando algoritmos más inteligentes con moderadores humanos especializados, para detectar y expulsar rápidamente a depredadores o comportamientos tóxicos. Asimismo, urge revisar los modelos de negocio: prácticas como las loot boxes (cajas de botín aleatorio que muchos equiparan a apuestas) deberían replantearse al menos para menores de edad. Algunas jurisdicciones ya las están regulando como juego de azar. Tanto Roblox como Epic Games han enfrentado críticas y acciones legales por monetización agresiva dirigida a niños, y esto presiona a la industria a elevar sus estándares éticos. Las compañías deberían ser transparentes sobre cómo funcionan sus sistemas de recompensa y gasto, y quizás considerar topes de gasto mensuales o avisos claros para usuarios jóvenes. Idealmente, las plataformas de juego-social deberían concebirse menos como “tragamonedas” psicológicas y más como espacios seguros de creatividad, aún si eso implica moderar las ganancias a corto plazo en favor de la sostenibilidad y la confianza del público a largo plazo.

Escuelas y educadores. El sistema educativo no puede permanecer ajeno a la realidad digital de sus estudiantes. Es recomendable integrar la educación digital y la alfabetización mediática en el currículo, desde edades tempranas. Así como se enseña educación vial o ciudadana, hoy se debe enseñar a navegar estos mundos virtuales de forma responsable. Esto incluye discutir en clase temas como: manejo del tiempo en pantalla, identificación de riesgos en línea (grooming, scams), ética de la comunicación digital (por ejemplo, el cyberbullying también puede ocurrir en un juego y hay que saber prevenirlo) y también aprovechar las oportunidades pedagógicas de los videojuegos. Algunos docentes innovadores ya usan Minecraft u otras plataformas para enseñar contenidos de matemáticas, historia o lengua de manera más interactiva. Más allá de eso, las escuelas deberían promover espacios híbridos online-offline: por ejemplo, clubes de esports o talleres de programación de juegos, que sirvan para canalizar el interés de los alumnos por estas plataformas en actividades colaborativas con acompañamiento adulto. También es clave enseñar a los jóvenes a autorregular sus impulsos digitales: entender conceptos de diseño persuasivo (cómo los juegos y redes buscan retenerlos mediante recompensas constantes), explicar efectos de la dopamina y la necesidad de equilibrar con ejercicio físico, contacto social presencial, etc. La formación en competencias digitales no debe demonizar el juego (lo cual sería alienar a los estudiantes), sino empoderarlos para disfrutarlo con criterio.

Reguladores y legisladores. Las autoridades tienen ante sí el reto de modernizar marcos normativos que quedaron pensados para redes sociales clásicas o para videojuegos tradicionales separados de lo social. Es necesario distinguir que hoy Roblox o Fortnite son híbridos de juego + red social, especialmente cuando hay menores implicados. Algunas acciones podrían incluir: exigir sistemas robustos de verificación de edad (para que por ejemplo las protecciones especiales a menores de 13 años realmente se apliquen y no sean burladas con un clic); considerar la regulación de las loot boxes y otros mecanismos de azar con dinero real, equiparándolos a juegos de apuestas si es preciso; establecer estándares de transparencia sobre cómo las plataformas recopilan datos de menores y cómo funcionan sus algoritmos de recomendación o sus filtros de contenido. En varios países ya se discute obligar a las empresas a ofrecer versiones seguras por diseño para usuarios infantiles, en lugar de dejar toda la responsabilidad a los padres. Los reguladores también deberían fomentar la investigación independiente sobre el impacto de estas plataformas en el desarrollo infantil y adolescente, para guiar políticas basadas en evidencia. Por último, a nivel de políticas públicas, podría incentivarse la creación de entornos digitales educativos y comunitarios alternativos (por ejemplo plataformas públicas o sin ánimo de lucro) que compitan en atractivo con las comerciales, pero ofreciendo un lugar seguro y moderado para que los jóvenes interactúen.

Conclusión

La migración de los jóvenes desde redes tradicionales como Instagram hacia plataformas de juego social como Roblox y Fortnite no es una moda pasajera, sino el síntoma de una evolución profunda en la forma de comunicar, conectar y construir comunidad en la era digital. En estos nuevos espacios, los jóvenes encuentran posibilidades que las viejas redes no les daban. Por un lado, pueden crear y participar activamente en comunidades virtuales, en lugar de ser simples consumidores de contenido. Por otro, exploran identidades mediante avatares, probando distintas facetas de sí mismos con libertad creativa. Además, se relacionan sin pasar por el filtro estético del feed: el valor ya no está en la foto perfecta, sino en la experiencia compartida, por extravagante que sea. Y como resultado, sienten un fuerte sentido de pertenencia emocional a través de narrativas y aventuras colectivas que viven en estos universos virtuales.

No obstante, junto con estas oportunidades emocionantes, enfrentamos nuevos desafíos. La línea entre ocio y adicción puede difuminarse, poniendo en riesgo el bienestar mental y físico si no se establecen límites. La seguridad también debe redoblarse: hay que proteger a los menores de contenidos dañinos o personas peligrosas que podrían acechar en cualquier espacio online concurrido. La presión consumista se cuela en forma de microtransacciones, planteando dilemas sobre la comercialización de la diversión infantil. Y nuestras regulaciones aún están poniéndose al día para abarcar estos fenómenos híbridos.

Entender esta transformación es esencial para acompañar a las nuevas generaciones. Como sociedad, nos corresponde equilibrar las oportunidades creativas y educativas que ofrecen las plataformas de juego social con estrategias efectivas de protección y educación digital. El futuro de la comunicación digital juvenil ya no está en el muro de una red social tradicional; está en los universos virtuales donde cohabitan juego, identidad y comunidad. Hallar el balance adecuado garantizará que ese futuro sea enriquecedor, seguro e inclusivo para todos.