Todavía me acuerdo. Cursaba en la UTN de Concepción del Uruguay. Sería el año 2005, por ahí. Y mientras esperaba una nota, leía una nota en la revista Power Users sobre una versión del Pentium 4 Extreme Edition que superaba los 100 Watts de consumo. Allí, Ariel Gentile se horrorizaba sobre la cantidad de energía que necesitaba el procesador de Intel para poder tener un buen desempeño y competir con los AMD Athlon XPs de la época, pero por sobre todo, de todo el conjunto que tenía que tener la PC para que pueda ser estable y usable. Ya se hablaba, entonces, de los mosfets, VMR, fases de potencia y de las fuentes de calidad.
Hoy, 20 años más tarde (nunca me recibí, lamentablemente) estamos hablando de procesadores que llegan a picos de 250W o más bajo carga. Si bien la capacidad de proceso se ha multiplicado, quizás, unas 50 veces más, el consumo se ha multiplicado en 2,5 veces. Entonces, si bien podríamos decir que la relación performance/consumo ha mejorado, la realidad es que los procesadores como el Intel Core i9-13900K o el AMD Ryzen 9 7950X están llegando literalmente a parecer estufas dentro de una caja. Las preguntas entonces son: ¿Qué está pasando? ¿Y hasta dónde vamos a llegar antes de que alguien diga «basta»?
La fiebre por el rendimiento: más núcleos, más vatios
El culpable es claro: la obsesión por el rendimiento. Los fabricantes han entrado en una carrera armamentística de silicio. Más núcleos (hasta 24 en algunos modelos), frecuencias que ya se van acercando a los 6 GHz y arquitecturas que exprimen cada nanómetro de los chips. Todo esto para que vos, gordito computadora, puedas jugar Cyberpunk 2077 en 4K, stremear a 60 FPS y entrenar un modelo de IA, todo al mismo tiempo porque para jugar al Winner Casino Online la PC que tenés te alcanza y sobra. Pero sigamos…

Pero este poder tiene un precio. El TDP (Thermal Design Power), que mide cuánta energía necesita disipar un procesador, se ha ido al carajo. El Intel Core i7-2600K de 2011, un ícono de su época, se conformaba con 95W. Hoy, el Core i9-14900K puede exigir hasta 253W en modo boost (y quizás por esto varios se han degradado tanto). AMD no se queda atrás: el Ryzen 9 7950X alcanza 230W. Es como si hubiéramos pasado de un calentador portátil a un horno industrial en menos de 15 años.
El domino eléctrico: fuentes, refrigeración y tu bolsillo
El gran problema de que los procesadores de alta gama modernos consuman cada vez más no es algo que sólo afecte al CPU en sí. Sino que se trata más bien en una reacción en cadena.
Para arrancar, hay que darle de comer a estas bestias y por eso las fuentes de poder han escalado de 500W a 850W o hasta pasan los 1000W en configuraciones típicas de gama alta. ¿Refrigeración? Hay que empezar a olvidarnos de los coolers básicos: ahora vas a empezar a necesitar sistemas líquidos AIO con radiadores de 360 mm para poder estar tranquilo con el CPU en «full load». Ni hablar de un buen gabinete con airflow digno y si es posible, aire acondicionado para mantener la temperatura ambiente relativamente baja en verano.

Y luego está la factura de la luz. Si usas tu PC 6 horas al día a plena carga, un procesador de 250W más el resto del sistema (GPU, placa, etc.) podés sumar fácilmente 400-500W por hora. En un mes, eso son 90-120 kWh. Dependiendo de dónde vivas, podrías estar sumando hasta U$D 50 extra a la factura de la luz cuenta solo por mantener tu máquina encendida.
¿Hay un límite físico?
Físicamente, el silicio tiene un techo. A medida que los transistores se juntan en espacios más pequeños la disipación térmica se vuelve un rompecabezas infernal. Los procesos de fabricación han bajado de 14nm a 3nm, pero incluso con esas mejoras, el calor y las fugas eléctricas son un dolor de cabeza. Intel y AMD han recurrido a diseños híbridos (núcleos de rendimiento y eficiencia) para mitigar el problema, pero en escritorio, donde el usuario pide potencia bruta, la eficiencia sigue siendo secundaria.
Y luego está el límite práctico. ¿Quién quiere un PC que necesite un generador portátil para funcionar? O peor aún, ¿qué tal el impacto ambiental? Producir y alimentar estos chips deja una huella de carbono que no podemos ignorar. Un estudio de 2023 estimó que el ciclo de vida de un PC de gama alta puede generar hasta 800 kg de CO2, y el uso prolongado con CPUs energívoras solo agrava el problema.
El futuro: ¿vuelta a la eficiencia o más estufas?
La buena noticia es que hay señales de cambio. En laptops, la eficiencia ya manda: podemos mirar los chips M de Apple, que ofrecen un rendimiento brutal con TDPs de 20-35W gracias a la arquitectura ARM. En escritorio, AMD e Intel están refinando sus procesos (los 3nm de TSMC ya están en el horizonte) y optimizando software para delegar tareas pesadas a la nube o a GPUs más eficientes. La IA también podría ser clave: algoritmos más inteligentes podrían reducir la necesidad de hardware tan glotón.

Pero mientras los gamers y creadores sigan pidiendo más FPS y renders más rápidos, los fabricantes seguirán subiendo la apuesta. La pregunta es: ¿cuándo diremos que 300W por CPU es demasiado? ¿O seguiremos aceptando que nuestras PCs sean estufas glorificadas que calientan la habitación en invierno?
Conclusión: el poder tiene un costo
Los procesadores de escritorio están en una encrucijada.
Por un lado, nos dan un poder inimaginable; por otro, nos atan a fuentes monstruosas, sistemas de enfriamiento ruidosos y un consumo eléctrico que da vértigo. El límite no está claro, pero está cerca. Quizás sea hora de que la industria y los usuarios prioricen no solo cuánto pueden hacer sus máquinas, sino cuánto cuesta —en watts, plata y planeta— mantenerlas vivas.
Super interesante info.
Por eso no tengo por PC. Jaja o por pobre mejor dicho.